¿Notaste cómo los niños pequeños caen cientos de veces mientras aprenden a caminar? No lloran cada vez. No se rinden. Simplemente se levantan y siguen intentando.
En algún momento del camino, perdimos esa libertad. Construimos fortalezas alrededor de nuestras certezas, defendiendo posiciones como si nuestra vida dependiera de ello. Pero aquí está la ironía: mientras más fortificamos nuestras creencias, más frágiles nos volvemos.
El verdadero poder no está en tener razón. Está en la capacidad de admitir cuando no la tenemos. Cada "me equivoqué" es un ladrillo en el puente hacia quien queremos ser. No es una señal de debilidad - es el músculo más fuerte que podemos desarrollar.
Piénsalo: ¿Qué tiene más valor? ¿Un experto que nunca admite sus errores o alguien que abraza cada equivocación como una oportunidad de crecimiento?
La pregunta real no es si nos equivocaremos hoy - lo haremos. La pregunta es: ¿Tendremos el coraje de celebrarlo?