Las máquinas dan respuestas instantáneas. Pero nadie les pregunta qué problema deberíamos estar resolviendo.
Ahí está la diferencia. La IA optimiza. Los humanos calibran. Una resuelve lo que le pides. La otra decide qué vale la pena pedir.
El mejor liderazgo siempre fue invisible. Ahora, con algoritmos que ejecutan todo lo predecible, esa invisibilidad se vuelve superpoder.
Porque mientras ChatGPT procesa datos, alguien tiene que despertar el potencial humano. Mientras los sistemas automatizan procesos, alguien tiene que crear el espacio para que las personas crezcan.
Y eso requiere algo que ninguna máquina puede replicar.
Criterio para saber cuándo empujar y cuándo acompañar. Intuición para leer lo que no se dice. La paciencia para desarrollar capacidades en lugar de solo extraer resultados.
Es hermoso: en un mundo de respuestas instantáneas, el tiempo para reflexionar se vuelve más valioso. Donde la información abunda, hacer la pregunta correcta se convierte en arte.
Los algoritmos compiten en eficiencia.
Los líderes crean aquello que las máquinas no pueden tocar.
Hace unos meses conocí a un gerente que había descubierto esto de la manera más inesperada. Su historia cambió mi perspectiva sobre lo que realmente significa desarrollar personas.
Pronto te contaré qué pasó cuando decidió hacer algo que ningún líder hace: volverse completamente invisible.
¿Tu liderazgo está tratando de ser más rápido que la IA, o está construyendo lo que ella nunca podrá?