Del ascensor a la huella
Juan Felipe tenía una técnica brutal para las reuniones. Bueno, al menos las mías, cuando era director de Nexos, el periódico de la Universidad Eafit de la que él era rector, duraban exactamente el tiempo que tomaba bajar del piso 6 al 1.
“Venga mijo que ya me voy...”
Sin ceremonias. Sin filtros. Todo lo que necesitabas escuchar cabía en el tiempo que tomaba bajar en ascensor.
Años después me lo encontraba caminando por El Poblado. El mismo hombre que transformó una universidad entera me saludaba por mi apodo. Como si fuera familia. Como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Y es que la verdadera amistad no se mide en horas compartidas.
Se mide en la intensidad de los momentos. En la autenticidad de los encuentros. En la capacidad de estar completamente presente cuando importa.
Juan Felipe nos dejó siete lecciones en un discurso de grados. Juan Diego las convirtió en el hilo de un capítulo sobre la amistad en “Juan Felipe Gaviria Breve Biografía Sentimental”, una biografía escrita a varias manos y recientemente lanzada por Editorial Eafit y Comfama. Yo las he tenido presentes y he escrito sobre ellas en estos años posteriores.
Eso es legado.
No son las horas que pasamos juntos. Es la intensidad de cada encuentro. No es la frecuencia de las llamadas. Es la profundidad de las conversaciones.
Porque las personas que más nos marcan no son las que más tiempo nos dan. Son las que, en noventa segundos de ascensor, logran cambiar nuestra perspectiva para siempre.
Como Juan Felipe. Como todos esos amigos que transforman vidas en el tiempo que toma un ascensor.
¿Cuál fue tu conversación de 90 segundos que lo cambió todo?