La semana pasada, me encontré pensando en el agua - cómo fluye naturalmente, encontrando siempre el camino de menor resistencia. Sin frameworks, sin ceremonias, solo adaptación pura.
Esa misma tarde, durante una retrospectiva, el Scrum Master sonreía orgulloso. "¡Lo logramos!", exclamó, "¡Somos 100% ágiles!". El equipo había dominado cada ceremonia, cada artefacto, cada ritual.
Tres sprints después, el backlog seguía creciendo como maleza en jardín abandonado. Los stakeholders enviaban emails cada vez más largos y menos amables. Y en las demos, el silencio incómodo se había vuelto el invitado más puntual.
Es curioso cómo podemos confundir el mapa con el territorio. O en este caso, el framework con la mentalidad. Cuanto más nos aferramos a las formas, más se nos escapa la esencia.
La agilidad no vive en tus tableros de Jira ni en tus sprints de dos semanas. Vive en la disposición de tu equipo para cuestionar sus propias certezas. En su capacidad para pivotar cuando el mercado grita que vas en la dirección equivocada.
Esta rigidez disfrazada de agilidad la vemos en todos lados. En las salas de innovación, donde el design thinking se ha convertido en otro ritual más - post-its perfectamente alineados que ocultan ideas perfectamente predecibles.
Irónicamente, los equipos "más ágiles" son frecuentemente los más lentos para adaptarse. Los frameworks son como las rueditas de entrenamiento en una bicicleta: útiles para empezar, pero eventualmente limitan tu capacidad para encontrar tu propio equilibrio.
¿Qué pasaría si, en lugar de celebrar la perfección de nuestras ceremonias, volviéramos a ser como el agua - encontrando naturalmente nuestro camino hacia adelante?
La verdadera agilidad es incómoda. Porque el progreso siempre lo es.
Foto creada con Midjourney
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