"No creo en los que son buenos en muchas cosas", me dijo el vendedor de humo estos días.
Me reí.
Porque hoy a las 4 AM empecé programando una calculadora para impresión 3D. A las 9 facilité un taller de ideación para transformar la universidad. Al finalizar el día, pinté al óleo pastel por horas.
IA, programación, vibe coding, impresión 3D, óleo pastel, acuarela, origami, cuidado de plantas.
En todas soy aprendiz. Y lo seguiré siendo.
Él representa una filosofía: la profundidad requiere túneles estrechos. Un chip ejecutando el mismo programa una y otra vez.
Yo vivo otra.
La profundidad viene de entender los patrones que conectan todos los lugares.
Todos empiezan igual: observando lo que realmente está pasando. En el código, es cómo los datos quieren fluir. En la universidad, es dónde las ideas buscan espacio para emerger. En el lienzo, es cómo la luz abraza una superficie. En el origami, es cómo el papel quiere doblarse.
Todos requieren interpretar, no copiar.
Hay quienes venden los últimos trucos que copiaron, aplicándolos como magos con el mismo espectáculo cada noche. Mejoran el guión cada que compran nuevos trucos de magia.
Otros cultivamos curiosidades conectadas.
Cuando facilito una transformación, uso lo que aprendí mezclando colores. Cuando programo, aplico lo que descubrí sobre cómo las ideas emergen en grupos. Cuando cuido una planta, veo los mismos patrones que busco en el código.
No son habilidades separadas. Son la misma habilidad aplicada a diferentes superficies.
El mismo chip funcionando a máxima intensidad.
Él tiene miles de seguidores. Yo no.
Pero quizás la vida no está en el número de seguidores, sino en el impacto que elegimos crear. En inspirar, crear y transformar en lugar de repetir y vender.
La pregunta no es si puedes ser bueno en muchas cosas.
La pregunta es si puedes seguir siendo principiante en todo.