"Señor presidente, está usted en mute."
Esta frase, que se volvió un cliché durante la pandemia, parece haberse invertido completamente. Ahora el problema no es que no podamos escuchar a los líderes - es que no pueden dejar de gritar.
Todos parecemos haber conseguido un doctorado en manejo de crisis durante la noche. Desde nuestros teléfonos, opinamos sobre geopolítica con la misma facilidad con que elegimos un filtro para Instagram.
La diplomacia, ese arte milenario de construir puentes mientras susurras, se ha convertido en un show de reality TV donde cada declaración debe ser más explosiva que la anterior. Y en medio del caos, siempre hay alguien listo para venderte la solución empaquetada en una suscripción mensual.
Es fascinante. Mientras las tensiones diplomáticas escalan, los "expertos" de internet proliferan como hongos después de la lluvia. "¿Crisis internacional? Tengo un curso para eso. ¿Ansiedad por el dólar? Módulo bonus incluido. Swipe up."
La inteligencia emocional y la diplomacia real no vienen en un PDF descargable ni se resuelven con un código de descuento. Se parecen más a un juego de ajedrez que a una pelea de gallos. Cada movimiento importa, cada pieza tiene su momento, y el silencio estratégico suele ser más poderoso que mil ofertas de cursos express.
Piensa en las crisis reales que has superado. ¿Cuántas se resolvieron comprando una masterclass? ¿Cuántas se solucionaron con un webinar de última hora?
Quizás la verdadera crisis no está en las relaciones internacionales, sino en nuestra tendencia a monetizar el pánico ajeno, en confundir el oportunismo con el liderazgo.
¿Y si el verdadero poder no está en quién vende más cursos durante una crisis, sino en quién tiene la integridad de no hacerlo?