El zen digital
Cada mañana abro el feed y ahí están: GPT-5 será consciente, Claude curará el cáncer, la AGI llegará antes del almuerzo.
El mundo grita que todo cambiará mañana.
Mientras tanto, mi impresora 3D tarda cuatro horas en hacer un soporte para tablet. Cuatro horas de proceso lento, predecible, mecánico. Sin algoritmos que se actualicen por la noche. Sin modelos que se vuelvan obsoletos cada trimestre.
Solo calor, plástico y tiempo.
La impresora no lee Twitter. No sabe que debería ser más rápida, más inteligente, más disruptiva. Simplemente derrite PLA capa por capa, como lo hacía el año pasado, como lo hará el próximo.
Y en esa ignorancia hay una sabiduría profunda.
Porque mientras corremos detrás de la próxima revolución, olvidamos algo elemental: las mejores soluciones no son las más avanzadas. Son las que funcionan cuando las necesitas, las que entiendes cuando fallan, las que mejoran tu vida sin prometerte cambiar el mundo.
Mi soporte para tablet no ganará ningún premio de innovación. Pero todas las mañanas sostiene mi iPad en el ángulo perfecto para leer. Silencioso, confiable, olvidable.
Como debe ser la mejor tecnología.
¿Cuándo fue la última vez que algo que usas todos los días te funcionó así de bien?