Durante una charla sobre innovación, el director de seguridad informática (CISO) de una gran empresa levanta la mano con gesto preocupado. Su mensaje es contundente: los competidores chinos están al acecho, listos para robar nuestros secretos a través de DeepSeek, ChatGPT o Claude. En segundos, el entusiasmo de la sala se transformo en ansiedad.
Es fascinante cómo los guardianes digitales de las empresas pueden convertir una conversación sobre progreso en una novela de espionaje. Como si cada interacción con la IA fuera un mensaje en una botella arrojado directamente a las costas de nuestros competidores.
La realidad es más simple: los modelos de IA no son archivos gigantes donde se almacenan nuestros secretos corporativos. Son más bien como procesadores ultra rápidos: reciben información, la procesan y la olvidan. Es como hablar con alguien que tiene una memoria de corto plazo (cinco minutos) - por más que le cuentes, no guardará tus secretos.
Es como el arquitecto que se niega a usar software de diseño 3D porque teme que sus planos se filtren a través de la nube. Mientras él dibuja laboriosamente a mano, otros están creando edificios revolucionarios que redefinen el horizonte urbano. La diferencia es que sus competidores no necesitan robar sus diseños - están demasiado ocupados innovando.
La verdadera amenaza no viene de China ni de ningún competidor externo. Viene de nuestra tendencia a ver tempestades en vasos de agua, de transformar herramientas de progreso en amenazas imaginarias. Cada día que una empresa pasa construyendo murallas contra fantasmas es un día que sus competidores pasan construyendo el futuro.
¿Será que el mayor aliado de nuestros competidores no es la tecnología, sino nuestro propio miedo a ella?
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