Ayer, Catalina Botero nos hacía reflexionar sobre regulación de plataformas. Sobre IA. Sobre geopolítica disfrazada de protección al usuario.
Alguien preguntó si los niños deberían usar redes sociales.
La pregunta venía de un lugar cómodo: mi hijo en colegio privado, mi hija con iPad y datos ilimitados. Todos los privilegios. Todos los peligros administrables.
Pero nosotros en Nodo fuimos al Pacífico colombiano. A municipios donde la energía es a ratos. A pueblos donde el debate no es si los niños deben usar tecnología, sino si pueden.
Y los vimos crear un chat inteligente para triage médico. Porque el doctor va una vez por semana. Porque la enfermedad no espera. Porque cuando el acceso es limitado, no lo desperdicias en debates: lo usas para sobrevivir.
En un universo paralelo, en LinkedIn celebramos al speaker que factura millones hablando de IA. El post sobre productividad récord. Las métricas que suben.
Pero en los pasillos a las 5 pm, en Reddit, en un mensaje de Slack que ya no aparece, está la otra cara: despidos masivos, negocios cerrados, equipos quebrados.
El mismo líder que presume crecimiento récord es, muchas veces, el que calla las pérdidas internas.
La brecha no es de dinero. Es de acceso. Y de perspectiva.
Aquí encendemos sin pensar. Allá la oscuridad es la norma. Aquí debatimos si proteger a nuestros hijos de la tecnología. Allá son los niños con tecnología los que inventan soluciones que salvan vidas.
Celebramos al que dice haber llegado. Nunca miramos hacia abajo—los que quedaron en el camino. Ni a los lados—donde la evidencia contradice la narrativa.
El colega despedido sobrevive con su liquidación hasta que se acaba. El niño en el Pacífico sobrevive creando porque no le queda otra.
El problema no es la culpa. La culpa paraliza.
El problema es que seguimos pulsando interruptores sin preguntarnos quién quedó en la oscuridad.
Y peor aún: sin preguntarnos qué harían ellos si tuvieran nuestra luz.