Hoy daré una clase de IA a un grupo de niñas entre 10 y 17 años.
No voy a inspirarlas. Voy a ser testigo de algo inevitable.
Mi hija de 12 años ya me preguntó en casa: "¿Por qué el ChatGPT no entiende cuando le hablo de mi deporte favorito?" Y luego, sin pausa: "¿Puedo arreglarlo yo?"
Ese es el momento que cambia todo.
Lo personal nunca está separado de lo profesional. Mi equipo es 70% mujeres. Mis estudiantes de Nodo, aprendiendo tecnología, son 54% mujeres. En casa, dos mujeres me retan constantemente a ser mejor.
No es casualidad. Es consecuencia.
El día de la mujer no es para mensajes como "negocia duro que el sábado es 8 de marzo" mientras The Economist nos recuerda que la brecha salarial persiste. Ese tipo de "celebración" solo confirma por qué necesitamos este día.
Es el día para agradecer transformaciones cotidianas y profundas.
Apenas ayer, 40 mujeres de la Fundación Juanfe visitaron Microsoft. Allí, Caty Rengifo tejió conexiones que podrían transformar nuestra ciudad con iniciativas de IA. No fueron reuniones institucionales. Fueron conversaciones que cambian trayectorias.
Las niñas que hoy hacen preguntas incómodas sobre algoritmos son las mismas que mañana diseñarán IA que todos usaremos. No porque les dimos una oportunidad, sino porque vieron oportunidades que el resto no pudimos ver.
En sus cuadernos, entre apuntes y dibujos, está naciendo una nueva concepción de lo que la tecnología puede ser.
Más amplia. Más empática. Más completa.
La gratitud más sincera es reconocer que cuando las mujeres lideran proyectos tecnológicos, no están ocupando espacios. Están expandiéndolos.
Porque las mujeres que me rodean —en el trabajo, en el aula, en casa— no están pidiendo un lugar en el mundo que construimos.
Ya están construyendo uno mejor, todos los días. No sólo cada 8 de marzo.
Y nuestra única opción verdaderamente inteligente es aprender a ver lo que siempre ha estado frente a nosotros.
¿No es esa la inteligencia que realmente necesitamos amplificar?