La tecnología como distracción elegante
Cuando el camino más sofisticado no es el más inteligente
Ayer vi a alguien compartir orgullosamente un "hack de productividad": un flujo de trabajo de 14 pasos en Make que automatizaba el envío de emails personalizados tomando datos de una hoja de cálculo. Integraba tres plataformas distintas y utilizaba scripts personalizados. Lo celebraban como una victoria de la IA.
Lo curioso es que Word puede hacer eso desde 1997. Combinar correspondencia con Excel y enviarlo por email. Tres aplicaciones comunes, cinco clics.
Pero no suena tan impresionante, ¿verdad?
Estamos en una época donde la complejidad se confunde con valor. Donde un proceso de siete pasos usando la última tecnología parece inherentemente superior a uno de dos pasos usando herramientas "anticuadas".
¿Has visto esos tutoriales extensos sobre cómo pedirle a ChatGPT que mejore una imagen? Instrucciones meticulosas, prompts elaborados, iteraciones múltiples. Mientras tanto, la aplicación de fotos en tu teléfono tiene un botón llamado "mejorar" que hace prácticamente lo mismo.
No estamos optimizando resultados. Estamos optimizando la sensación de estar a la vanguardia.
Me recuerda esa famosa anécdota de la NASA supuestamente gastando millones en un bolígrafo espacial mientras los rusos usaban lápices. La realidad, por supuesto, es que el bolígrafo fue desarrollado por una empresa privada a bajo costo y ambas agencias lo usaron. Pero preferimos la versión exagerada porque refuerza nuestra narrativa sobre la complejidad innecesaria.
La elegancia rara vez reside en lo complejo. A menudo se esconde en lo simple, en la herramienta que ya conoces, en el proceso que no necesita explicación.
Quizás el verdadero reto no sea dominar cada nueva tecnología, sino recordar que nuestro objetivo nunca fue la herramienta en sí.
La próxima vez que te encuentres redactando un prompt de 500 palabras, pregúntate: ¿Estoy buscando una solución, o estoy evitando enfrentarme al verdadero trabajo?