"Van más rápido de lo que puedo ir," dijo el cliente mientras felicitaba al equipo por su trabajo.
El gerente del proyecto, formado en metodologías ágiles y eficiencia, escuchó una crítica donde no la había. Se puso a la defensiva. Habló de agilidad, de paciencia ya demostrada, de entregas a tiempo.
Pero olvidó escuchar.
Lo que el cliente realmente estaba diciendo era: "Necesito tiempo para digerir todo esto. Necesito espacio para integrar estos cambios en mi organización."
No era sobre velocidad técnica sino sobre capacidad de absorción. No era una queja, era un pedido de empatía.
No escuchar es igual a gritar. Aunque nuestras palabras sean educadas, cuando ignoramos lo que el otro intenta comunicarnos, estamos imponiendo nuestra perspectiva con la misma fuerza que un grito en medio de una conversación.
La velocidad solo importa cuando va en la dirección correcta y al ritmo adecuado para quien debe recibir el valor. El mejor restaurante del mundo fracasará si sirve cinco platos gourmet simultáneamente a un comensal que apenas ha terminado su aperitivo.
Hay una diferencia fundamental entre "puedo hacerlo rápido" y "podemos avanzar juntos". Entre impresionar y acompañar.
El gerente confundió eficiencia con eficacia. La primera es sobre nosotros. La segunda es sobre ellos.
La próxima vez que alguien te diga que vas demasiado rápido, pregúntate: ¿Estoy corriendo para demostrar mi velocidad o para llegar juntos a la meta?
A veces, ir más despacio es la única forma de llegar más lejos.