Cada mañana, miles de personas abren sus listas de tareas como quien abre una sentencia. Yo solía ser uno de ellos. La ansiedad se mezclaba con el café mientras revisaba una lista que parecía crecer más rápido que mi capacidad para tachar elementos.
Hasta que la depresión me enseñó algo inesperado.
Un violinista no comienza su día memorizando partituras o afinando obsesivamente su instrumento. Comienza con sus ejercicios de calentamiento - preparando sus manos y su mente. Sabe que la magia no está en las notas escritas, sino en cómo fluye la música a través de él.
La productividad real no viene de tener la lista perfecta. Viene de entender nuestro ritmo, nuestras limitaciones, nuestra energía disponible. Cuando la depresión me obligó a redefinir el éxito, descubrí que no era sobre completar el 100% de mi lista, sino sobre estar un 1% más presente que ayer.
En una era donde la IA promete automatizar cada aspecto de nuestras vidas, es fácil caer en la trampa de querer funcionar como un algoritmo perfecto. Pero cuando planifico mi día, ya no empiezo preguntándome "¿Qué necesito hacer?". En cambio, me pregunto "¿Cuánta energía real tengo para dar hoy?". Es una pregunta incómoda, pero honesta. A veces, significa menos tareas completadas, pero más claridad mental.
La diferencia es sutil pero profunda. Una lista de tareas es una demanda. Entender tu energía es una invitación. Cuando dejamos de intentar ser máquinas perfectas, algo mágico sucede: nos volvemos más humanos. La ansiedad se convierte en una señal para escucharnos, no en una sentencia que nos condena.
¿Y si en lugar de hacer más listas, empezáramos a mapear nuestros patrones de energía? ¿Si en vez de optimizar algoritmos, optimizáramos nuestra relación con nosotros mismos?
La próxima vez que la ansiedad se mezcle con tu café matutino, recuerda: mientras las máquinas buscan la perfección, nuestra magia está en ser imperfectamente humanos.
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